El Ministerio de Sanidad ha publicado un nuevo documento científico-técnico a través del que detalla la capacidad de supervivencia de la Covid-19 (enfermedad provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2) en distintas superficies. El informe indica que, en superficies como madera, la ropa o el vidrio, el virus puede sobrevivir entre uno y dos días de media. Nos preocupa tocar las clavijas de la luz, manejar billetes, las puertas las abrimos como podemos con los codos…, pero ¿y la madera? El mantenimiento de la capacidad infecciosa del virus en la madera, ¿debería preocuparnos?
Todos, absolutamente todos, manipulamos objetos que han entrado en contacto con soportes de madera: los alimentos que consumimos de los supermercados, las bolsas de papel higiénico que comprábamos compulsivamente, las latas de refrescos que nos llevamos a la boca…, fueron transportadas en paletas de madera. En la mayoría de los casos estas paletas fueron paletas de intercambio.
¿Paletas de intercambio? A la mayoría de la población esta expresión les sonará extraña, pero con un halo de amabilidad. Los intercambios suelen ser positivos. Menos en tiempos de pandemia. La vida de una paleta de intercambio, sin embargo, es una vida dura. Nace, como las personas, en la más absoluta inocencia, aunque por poco tiempo, su sucia vida le conduce a ser cualquier cosa menos inocente.
En el mejor de los casos, tras su fabricación, estas paletas pasarán semanas esperando un nuevo hogar, un nuevo trabajo, a la intemperie, aguantando lluvias, polvo, hongos,… Antes de ser vendidas al mejor postor curtirán su piel, acumulando capa sobre capa de inmundicia. Luego saldrán a su destino, el almacén de una cadena de supermercados. Allí empieza el ciclo por el que reciben su nombre: serán intercambiadas por otras paletas más viejas que llegarán repletas de verdura, en mallas, con contacto directo sobre la madera, quizá con alguna pieza podrida. ¡Qué más da!.
Un operario del almacén, se las dejará sobre un muelle de carga a un conductor de camión. El sufrido conductor tiene que colocar todas las paletas que le han entregado en la paletera. Es un trabajo duro. Cada paleta son veinticinco kilos de madera que se astilla. Hay alguna con algún clavo oxidado que sobresale. Cuidado con clavárselo, no hay coordinación de prevención de riesgos. Todo el riesgo para el transportista. Es un trabajo duro y desagradecido. Más de setecientos kilos echando de espalda y brazo. No puede reprimir una tos seca que le atenaza la garganta. ¿Qué puede hacer? Ya aguanta bastante, como para aguantar también la tos. También es persona. No lleva mascarilla. Las prometidas por el gobierno tardaron más de una semana en llegar.
Ya en la paletera. La paleta va a viajar por toda Europa. Pero solo verá su asfalto, porque la única apertura que suelen tener las paleteras está en la parte de abajo. La paleta será afortunada si llega a su destino habiendo sorteado las manchas de aceite de motor o los restos de animales atropellados. Si no lo consigue, tampoco importa. No es nada personal, son negocios. Hay operadores logísticos que han hecho del intercambio de paletas una línea de negocios.
Llegada a destino. La paleta es descargada por el conductor, una a una, sacándola de la paletera, depositándola sobre un muelle de carga. Es un almacén de alimentación. Hace frío dentro. La Universidad de Hong Kong sostiene que el virus puede aguantar hasta dos semanas en la nevera. El operario que recoge las paletas está entumecido por el frío. Maldito frío, se dice. No para de estornudar, es normal. Algún estornudo para sobre las paletas mientras las transporta al descampado donde se guardarán hasta su nuevo uso. Una rata que tiene su nido entre las paletas huye mientras el operario las coloca en su sitio. Vuelve a estornudar.
El encargado del almacén vocea dejando escapar unas pequeñas gotas de saliva: ¡hay que confeccionar un nuevo pedido! El operario que estornudaba va a por paletas al descampado. Las coloca en el suelo. Van depositando sobre ellos las cajas de frutas. Un completo alimento.. Se comen sin necesidad de pelarlas. ¡De la caja a la boca, qué delicia!. Una vez finalizada la confección de la paleta, llaman al conductor del camión para que acule en el muelle. ¿Temperatura de la caja isotérmica? De dos a cuatro grados centígrados. Temperatura idónea para la conservación. Esa temperatura se mantiene mediante un aparato que ventila con aire frío el interior de la caja. El aire no para de moverse en un movimiento envolvente por entre las frutas. Un cuerpo minúsculo se eleva con el aire. Vuela hasta una brillante y jugosa pieza.
El conductor arranca y no para hasta que llega a su destino: el supermercado del barrio. Descargan la paleta, con sus cajas de preciosas frutas sobre ella. Un reponedor va colocando las cajas sobre el lineal. Sin querer, las cajas van rozando otros alimentos del frigorífico y los desordenan. El reponedor los dispone de nuevo, con las mismas manos que han colocado las cajas de fruta y han apartado nuestra paleta. No se las ha lavado. ¿Qué va a hacer? ¿Lavárselas a cada caja, a cada paleta que manipule? Seamos razonables, ¿no se puede llevar todo al extremo?
Nada, meten la paleta en el camión y comienza de nuevo el ciclo.
Todo este periplo de nuestra paleta ha durado un día. El coronavirus mantiene la capacidad infecciosa, como referíamos al principio, durante, como media, dos días. Puede llegar a mantenerla incluso dos semanas a cuatro grados. Dura más el virus que las frutas, ¿verdad?
Ya lo sabe, cuando le dé un bocado a esa deliciosa fruta piense: ¿porqué se mantiene el sistema de intercambio de paletas? ¿por qué no se prohíbe ese nicho de insalubridad?
Que le aproveche.